Por un momento, pudo parecernos un capricho de Sergey Brin, que trajinaba en su laboratorio mientras su socio Larry Page se dedicaba a poner orden en los demasiados frentes abiertos por Google. Era/es una interpretación simplista, en la que falla la premisa: las gafas de realidad aumentada Google Glass no son un capricho, sino que se pretende sean la base de eventuales negocios. ¿Cuáles? Si inversores afortunados como Marc Andreessen [Andreessen Horowitz] y John Doerr [Kleiner Perkins Caufield & Byers] acompañan en la foto a Bill Maris, de Google Ventures, es porque han visto en el invento una veta de aplicaciones, que requerirán desarrolladores que a su vez necesitarán financiación.
De eso se trata, no de fabricar otro maldito trending topic. Cuando están lejos de digerirse las consecuencias sociales de los smartphones, cuando la llamada Internet de las cosas es un balbuceo, asoma otro fenómeno, apasionante para unos y peligroso para otros, que ha tomado el nombre de wearable computing. Es más fácil describirlo que traducirlo [informática ´ponible` no suena elegante y desde luego no es académico]. Se trataría, dicen, de tomar una senda abierta por los aficionados del fitness y la vida sana, que durante años acoplaron sensores a prendas de actividad deportiva (Jawbone, Fitbit, Nike, Reebok). Hoy son de uso bastante corriente, y se han extendido a aplicaciones paramédicas, pero Sergey Brin ha sabido ver ahí otras posibilidades: una era de gadgets personales adheridos físicamente, y en algunos casos interactuando con, el cuerpo humano.
En esta definición de wearable computing subyace un potential intrusivo del que pocos parecen haberse dado cuenta, y para el que la sociedad no está preparada. El ensayista Eugene Morozov, autor de The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom, lleva fama de «tecnoescéptico» [como si fuera obligatorio el «tecnoptimista»]. Morozov ha escrito severas advertencias sobre una corriente en alza que él denomina «solucionismo», y esto lo hace sospechoso. Pero ¿qué dice alguien tan poco sospechoso como Justin Rattner, CTO de Intel? «A medida que nos adentramos en la noción de tiempo real acerca del individuo, de su estado subjetivo o de su comportamiento, necesitamos tener la más absoluta garantía de que la información no será objeto de robo o de ataque».
Es verdad que lo que se conoce hasta ahora de Google Glass, bien poco, tiene más apariencia de gadget que de embrión de un proyecto empresarial. Pero no hay que dejarse engañar por el componente Star Trek: Eric Schmidt ha dicho esta semana que podría existir como producto en 2014. Se supone que dará trabajo a científicos, programadores de alto rango, fisiólogos, antropólogos sociales y otras profesiones, pero a menos que Google se implique a fondo, es difícil que los desarrolladores y la industria se embarquen en la aventura.
Es curioso que la mejor fuente para intuir lo que Google pretende sea el título de la patente que ha sido publicada oficialmente el mes pasado: Wearable Computer with Superimposed Controls and Instructions for External Device, descriptivo de una tecnología que podría llegar a controlar objetos de la vida real a través de un panel virtual incorporado a un accesorio (en este caso, unas gafas, pero no necesariamente). Entre los objetos mencionados en la patente se encuentran algunos tan diversos como un refrigerador, una cafetera, la puerta de un garage, sistema de iluminación, una fotocopiadora o, cómo no, un televisor.
Sin ir tan lejos todavía, las primeras aplicaciones de Google Glass podrían tener relación con el consumo y ´compartición` de contenidos en movimiento. ¿Serían estas las aplicaciones que la tecnología de realidad aumentada espera desde hace tiempo para despegar? En su primera fase (¿2014?) girará en torno al consumo de contenidos, luego vendrá la de control. Y es aquí donde confluirá con Internet de las cosas, que es lo que se deduce de la patente citada. Las tecnologías básicas existen ya en los modernos interfaces, el problema de ingeniería es combinarlas, hacer que trabajen juntas y, como siempre, transformarlas en un producto capaz de despertar demanda.
La realidad aumentada y la inteligencia artificial, sobre la que los científicos han trabajado durante años, adquieren sentido gracias a los sensores. Y nadie crea que Google está sola en este camino. Microsoft, que ha adquirido una enorme experiencia en materia de interfaces gestuales, tiene registrada una patente, Event augmentation with real-time information, cuyo enunciado indica que bien podría mostrar unas gafas de realidad aumentada si buscara el mismo tipo de publicidad que su rival. Ocultos, hay con toda probabilidad otros actores que, llegado el momento, sacarán a relucir sus títulos de propiedad sobre una tecnología que, casualmente, entra en conflicto con la del vecino. Si hasta Baidu, el buscador chino rival de Google, ha dicho que desarrolla su prototipo de Baidu Eye, y que está dispuesto a licenciar la tecnología a los fabricantes que pudieran estar interesados.
Como todo esto, además de reflexiones, dará vuelo a un movimiento económico, ya se hacen estimaciones sobre un mercado que ni siquiera existe. IMS Research (asociada a iSuppli) ha hecho unos números rápidos para llegar a la conclusión de que en 2016 se despacharán 6,6 millones de «gafas inteligentes», partiendo de unas 50.000 del año pasado [¿dónde están?]. Los desarrolladores serán los primeros destinatarios, previo pago de 1.500 dólares. Porque, las aplicaciones serán el punto crítico: «de hecho, el hardware es mucho menos relevante para el crecimiento de Google Glass que para cualquier otro dispositivo en la historia reciente», ha dicho Theo Ahadome, que firma el estudio. En otras palabras, la relevancia no estará en la apariencia sino en lo que pueda hacerse con ellas, y esto dependerá del atractivo de las aplicaciones.
En una hipótesis optimista, las «gafas inteligentes» deberían aportar información que el usuario pueda integrar fácil e informalmente, con seguridad para sí y para terceros: el caso típico de realidad aumentada, que añade una capa de datos y metadatos a las imágenes de gente, cosas y lugares, resume Ahadome. Pero la prueba de fuego llegará cuando se trate de convertir el gadget en «una plataforma de información (viajes, recomendaciones, preferencias personales, etc) para facilitar la toma de decisiones» Se entiende un poco más por qué Google ha decidido explorar esta nueva forma de ofrecer servicios que ya forman parte de su personalidad.
La hipótesis pesimista, según IMS Research, es que Google Glass – y sus eventuales competidores – tropiecen con los previsibles problemas regulatorios en materia de privacidad, su punto débil más evidente, y no pase de ser otro dispositivo de grabación de eventos, como se demostró en la conferencia Google I/O de 2012. La próxima está convocada del 14 al 17 de mayo próximo en San Francisco, y en ella seguramente se despejarán algunas, sólo algunas, de las incógnitas que plantea.